Guido de Montpellier, nació en la ciudad del mismo nombre hacia el año 1153.

Procedía de la familia señorial de los Guillems, quienes desde hacía dos siglos estaban en posesión de la ciudad. Sus padres fueron Guillermo VI y Sybillia que tuvieron seis hijos y tres hijas, ocupando nuestro héroe el quinto lugar del total de hijos.

La repetición del nombre de Guillermo o Guido en la familia de los Guillems, señores de Montpellier, ha dado lugar a equívocos. Así, por ejemplo, ha sucedido con Guido -fundador de la Orden del Espíritu Santo- a quien algunos autores dan por hijo de Guillermo VII y de Matilde de Borgoña, cuando en realidad, éstos son su hermano y cuñada respectivamente (Árbol Genealógico).

Sobre esta ilustre familia recae el honor de haber fundado en la población, el hospital San Guillem.

Los padres de Guido eran unos auténticos cristianos alentados de un gran espíritu de caridad, proveyendo de sus liberalidades al hospital de la villa que era obra de sus antepasados.

Su devoción a la Virgen era tan notoria, que su imagen la incluyeron en el escudo familiar.

No es de extrañar que, en tal ambiente, Guido haya sido todo caridad, y que su devoción hacia los más necesitados haya surgido en las visitas hechas a aquel hospital.

Su padre quiso que fuera educado en la milicia del Temple, siguiendo las costumbres de la época, y Guido se dispuso a seguir los deseos paternos iniciando su educación con los Templarios; pero el irresistible impulso hacia los pobres y desvalidos le arrancó de aquel refugio belicoso que estaba muy poco en armonía con sus gustos. Cediendo a los impulsos de su corazón, quiso fundar otra milicia, destinada a combates más pacíficos, pero no menos gloriosos.

Como quiera que la muerte de sus padres le había dejado dueño de su persona y bienes, tuvo la idea de dedicarlos al alivio de sus hermanos en la indigencia. En Montpellier fundó su primer hospital. Dice uno de su biógrafos que "AMABA DE TAL MODO A LOS POBRES, QUE LES VENERABA COMO A SUS SEÑORES, LES QUERÍA COMO A HERMANOS, LES CUIDABA COMO A HIJOS Y LES VENERABA COMO A IMÁGENES VIVAS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO".

Su ejemplo no tardó en atraerle seguidores, que se consagraron al Espíritu Santo, fuente de la perfecta caridad y Padre de los pobres.

La intuición profunda del Beato Guido comprendió, que sus buenos deseos y asistencia no estaría completa si no daba a sus desvalidos unas madres para aliviarles y otorgarles sus sonrisas. Fue entonces cuando llamó para que le ayudaran a unas "vírgenes cristianas", las cuales, de modo idéntico a los Hermanos, se dedicaran a una vida abnegada atada por los votos religiosos. Acababa de fundarse la Orden del Espíritu Santo. Algún escritor no ha vacilado en asegurar que, esta fundación haya sido uno de los mayores acontecimientos de la Edad Media.

Dotó a su Orden de una Regla propia, que conteniendo todas las prescripciones de la Regla de San Agustín la enriqueció por otras muchas observancias: las cuales la distinguen de cualquier otra Orden. Este precioso manuscrito adornado con letras miniadas y miniaturas de los Hermanos y Hermanas de la Orden ejerciendo sus funciones, se conserva en la Biblioteca de la ciudad de Roma como un precioso tesoro. Esos caracteres paleográficos lo hacen remontar al siglo XIII. Es tan sólo un poco posterior a Guido de Montpellier. Como fundamento de la Regla y texto que la resumiera, el Fundador la encabezó con el pasaje de San Mateo (cap. 25 v. 31) en el que Jesús habla del Juicio universal... " Porque tuve hambre...". Consta de 105 capítulos.

El Carisma que legó a sus hijos e hijas "ALABANZA Y MISERICORDIA" aunaba y daba a conocer el intenso amor y reverencia que tenía a Dios y a los hombres. En su relación con Dios deseó que sus hijos fueran verdaderos "ADORADORES DEL ESPÍRITU" y que "SU MAYOR PREOCUPACIÓN ENTRE TODAS SUS OCUPACIONES, FUERA EL CULTO FIEL A LA AUGUSTA TRINIDAD". Con respecto al prójimo, su dedicación y reverencia le hizo acuñar una frase que lo compendia todo y que hacía realidad: Los pobres eran "SUS SEÑORES".

De la dualidad de su carisma se desprende el lugar importante que Guido dio a la oración. Su Regla prescribe un género de vida, que hace a sus seguidores auténticos monjes, abiertos para atender toda necesidad humana. De la conjunción armoniosa de las vidas contemplativa y activa nace el hecho de que algunas Casas de la Orden se convirtieran en Monasterios y otras nacieran bajo este signo.

El lugar preeminente dado a la vida de oración, en la Orden del Espíritu Santo, fue la causa de que en los países escandinavos se conocieran a estos religiosos con la bella denominación, entre otras, de los ORANTES DEL ESPÍRITU SANTO y que tras el Concilio de Trento se intensificaran los Monasterios dados exclusivamente a la oración y al apartamento del mundo.

Inocencio III une los Hospitales de Montpellier y Roma y los pone bajo la dirección del Beato Guido, con Bula de 19 de junio de 1204.

El último favor concedido por Inocencio III al Fundador, fue la institución de una solemne procesión que partiendo del Vaticano hacía Estación en el Hospital Sancti Spíritus, en la que se portaba la Santa Faz. Esta Bula esta fechada el 3 de enero de 1208.

Cinco meses más tarde moría el fundador en Roma lleno de méritos. Su muerte fue la señal de una expansión aún más prodigiosa de su Orden que, gracias a Dios, vive hoy en día.

En el Libro de Difuntos de la Orden, año 1208, se reseña su muerte con estas significativas plabras: "Guido llegó a Puerto, guiado por el viento favorable del Espíritu, con la Regla como nave y la Cruz como timón".