El Colegio de “NIÑAS NOBLES DEL ESPIRITU SANTO” de Sevilla, estuvo, desde sus orígenes, vinculado estrechamente al Convento del Espíritu Santo, Monasterio perteneciente a la Orden del mismo nombre que estaba fundado en la ciudad hispalense desde el año 1538 al 1540.
Su proyecto, realización y mantenimiento fue obre del Exmo. Sr. Cardenal D Manuel de Arias y Porres, que rigió esta Sede desde el año 1702 al 1717.
Nació este purpurado en Alaejos (Valladolid). A los 16 años ingresó en la Orden de San Juan de Jerusalén y pasó a Malta donde estudió Filosofía y Matemáticas: materia esta última de la que llegó a escribir un tratado. Ocupó en esta isla diversos cargos y dignidades, encomiendas de Benavente, Yébenes y otras.
Vuelto a España y tras haber desempeñado varios cargos importantes en la Corte del rey se ordenó sacerdote con 52 años.
Vacante la sede hispalense fue propuesto por Felipe V en 1702 para su desempeño. No obstante, el Arzobispo no entró en su Iglesia hasta el 3 de diciembre de 1704.
Desprendido y generoso con los necesitados, dejó fama de limosnero. Para conmemorar las victorias de Felipe V en Italia, repartió sus rentas entre hospitales y pobres de la ciudad. A su muerte se dijo: “desapareció el tesorero general de todos los necesitados”.
Ya en Sevilla, concibió la idea de fundar un Colegio para las hijas de familias nobles que hubieran venido a menos en sus bienes materiales y así lo realizó.
Para llevar a cabo la dirección de tan importante empresa fijó sus ojos en el Monasterio del Espíritu Santo, teniendo en cuenta, por una parte, los principios de la Orden a que pertenecía y, por otra, que en dicho Monasterio se practicaba, desde hacía siglos “la vida común”.
La Comunidad aceptó muy gustosa la proposición que se le hacía y se llevó a cabo el proyecto. Fue todo un éxito. Empleando siempre los bienes de su patrimonio particular, compró unas casas contiguas al Monasterio elegido y creó un recinto único en su especie y destino. Le dio Estatutos propios, creando así un Seminario de Niñas Nobles que se denominó “del Espíritu Santo”, regido siempre por la comunidad elegida.
Según las disposiciones del Arzobispo, las colegialas habían de ser doce, tener cumplido los siete años y no exceder de diez, ser de conocida nobleza y pobres: estarían en el Colegio hasta los diecisiete años en cuyo tiempo, si deseasen ser religiosas en convento de vida común se les proporcionaría la dote.
La inauguración de dicho Colegio, recogido en las crónicas del tiempo, fue con toda fastuosidad el día 5 de Agosto de 1711.
Entre las disposiciones del Prelado, para cuya obra dejó como herencia todos su bienes, nombró como Patrono de la Obra Pía al Arzobispo que por tiempo fuera de esta Archidiócesis.
Este Colegio se mantuvo durante más de dos siglos, hasta que la merma de los bienes heredados hizo impracticable su continuidad, tal como lo concibiera su fundador. Así, hacia el año 1997, aproximadamente, dejó de existir.
La huella del Colegio, entre sus alumnas, aún pervive y elogian, grandemente, la pedagogía, espiritualidad y cariño que en él recibieron.
Entre las alumnas insignes que por pasaron por él, hemos de contar espíritus selectos no sólo en las virtudes humanas y ciencias académicas, sino también en su vivencia cristiana. Hubo bastantes que se consagraron a Dios en la vida religiosa y entre ellas cabe destacar a la fundadora de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, hoy Beata Nazaria Ignacia March y Mesa.